sábado, 15 de diciembre de 2007

Manera informal de los principios de la filosofia economica

El pensamiento griego medieval o “bizantino” fue el resultado de la fusión de varias tradiciones intelectuales, culturales y religiosas de la antigüedad, como la griega, la romana, la hebrea, la iraní y la cristiana. Pero fueron el pensamiento humanístico de la antigua Hélade y la fe cristiana quienes contribuyeron en mayor medida a la génesis, formación y evolución del pensamiento bizantino. El pensamiento de los antiguos griegos gozó de una gran vitalidad durante la época bizantina ya que los clásicos griegos – literatura, filosofía, historia, arte, educación e incluso mitología – constituyeron el plan de estudios durante todo el milenio bizantino. Dado que la época bizantina fue profundamente religiosa, el futuro del patrimonio cultural de los antiguos griegos – en particular la literatura y la filosofía – en el Imperio Bizantino estuvo marcado ante todo por la actitud de la Iglesia hacia la enseñanza laica.

Para valorar el lugar que los clásicos ocupaban en el estado bizantino, conviene comprender la naturaleza del conflicto entre el pensamiento griego y la doctrina cristiana tal y como evolucionó en los primeros siglos del cristianismo. El encuentro entre el cristianismo y la paideia (educación) clásica dio como resultado las fuerzas que fijaron el futuro del pensamiento greco-bizantino.

Ya en tiempos de los Apóstoles encontramos los primeros intentos por presentar el nuevo credo en un modo comprensible para los que no eran judíos. San Juan escribió el cuarto Evangelio para gente de educación griega. Las palabras introductorias de Juan “Al principio existía la Palabra (Logos)”, así como su terminología meditativa, mística, simbólica y filosófica no son más que préstamos de Heráclito, de los estoicos, y del pensamiento helénico en general. Sus bien elegidos términos logos, luz, tinieblas, carne, nacimiento, hijo, vida, vida eterna, pan de vida, agua de vida, señal, espíritu, resurrección, y muchos más tenían la intención de recalcar no sólo la preexistencia de Logos Cristo, sino también la implicación de Dios en la historia más allá del antiguo Israel. La consecuencia era que el Dios de Israel era el Dios de los griegos, de los romanos, de los escitas, y de otros, y que no existía un conflicto esencial entre el pensamiento griego y la doctrina cristiana.
Esta línea de pensamiento fue desarrollada más a fondo por pensadores cristianos que habían estudiado los clásicos, como fue el caso de algunos de los Padres Apostólicos. Por ejemplo, Justino el filósofo y mártir (m. aprox. 165) enseñó que se puede descubrir a Dios a través de los escritos de los filósofos griegos. La verdad acerca de la naturaleza y los atributos de Dios la establecieron los griegos mediante la aplicación de la razón (logos), en particular gracias a Heráclito y Sócrates. Justino recalcó que todos participan en Cristo, ya sean cristianos, judíos, griegos o romanos. “Todo el que vive con arreglo a la razón es cristiano, incluso aunque se le pudiera clasificar como ateo”. Subrayó que las enseñanzas de Platón o la doctrina de los estoicos, los poetas y los autores de prosa de la antigüedad griega no eran contrarias a las de Cristo. “Ya que, mediante su participación en el Logos espermático, todos hablaban bien. ... Todo lo que cualquier hombre ha dicho correctamente nos pertenece a los cristianos.” Una parte del cristianismo occidental adoptó una línea de pensamiento distinta; por ejemplo, Tertuliano, el apologista cristiano del siglo II satirizaba con desdén a quienes “eran partidarios de un cristianismo estoico, platónico o dialéctico (aristotélico).” El cristianismo latino se esforzó durante varios siglos por resolver la cuestión tertuliana ¿Que tiene que ver Atenas con Jerusalén?” El cristianismo griego había logrado desde época temprana un equilibrio entre la sabiduría de las dos ciudades: la thyrathen ,o helénica y la sagrada, o hebrea. El cristianismo recibió el pensamiento griego como un regalo de la Divina Providencia.
La postura que Occidente adoptó frente a las humanidades clásicas estuvo determinada por el nivel cultural imperante en el Oeste tras las invasiones bárbaras. Si bien el cristianismo había progresado poco entre la aristocracia romana en el Imperio Romano de Occidente, y las clases cultivadas manifestaban una fuerte resistencia frente al nuevo credo, la gente corriente que se había convertido al cristianismo consideraba sin embargo el contacto con la educación clásica como peligroso; su estudio era, si no pecaminoso, jugar con fuego. Este temor, que se correspondía con la mentalidad de los romanos más conservadores y tradicionales (en contraste con los griegos más inquietos y curiosos) influyó incluso a los cristianos cultos que habían logrado conciliar la nueva fe con la cultura clásica.
Dos anécdotas importantes sirven para ilustrar este punto. Jerónimo, una de las mentes más brillantes de la cristiandad occidental, disfrutaba con la lectura de Cicerón. Pero cada vez que leía a su autor favorito, se sentía culpable. En vano había intentado convencerse de que lo que hacía no era pecaminoso. En un sueño trató de convencer a Cristo de que era un fiel cristiano, pero el Juez Celestial, frente al alegato “Soy cristiano” (Christianus sum) lo reprimió con un “Sí eres ciceroniano, pero no cristiano” (Ciceronianus es, non Christianus). A finales del s. VI, el papa Gregorio Magno (590-604) reprendió amargamente al obispo de Viena por enseñar literatura. Gregorio afirmó: “Una boca no puede contener alabanzas a Cristo y alabanza a Júpiter.” Se oponía duramente a la enseñanza de los clásicos pese a resultar ser un papa progresista y reformador.

1 comentario:

sandonmabee dijo...

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